domingo, 7 de abril de 2013

Entender el infinito


Dicen que no podemos “entender el infinito”. Yo creo que lo que no podemos es “entender”.

¿Qué entendemos por “entender”? ¡Yo no entiendo nada! Afirmamos ser seres racionales e inteligentes, desde esa misma razón e inteligencia. Creo que dicha capacidad de entendimiento no es más que mera ilusión, como lo son ciencia y religión, como lo son las interpretaciones dadas a una realidad sensorial envolvente de la que no tenemos ninguna constancia fuera de nuestra razón y consciencia, como lo es la filosofía y como lo son estas palabras. Creo con firmeza que Descartes patinó completamente en su “Pienso, luego existo”. Una pena. Infinita meticulosidad pretendida disuelta de pronto por el régimen dictatorial impuesto por una frase de tres palabras y una coma. ¿Que pienso, luego existo? Descartes, permíteme una carcajada. Ni pienso, ni existo. O al menos no puedo saberlo. Porque como tú decías no puedo saber nada, todo es una duda. Y no, tampoco puedo saber que no sé nada. El bueno de Sócrates quiso creerse ingenioso con la frasecita, y no está mal, la verdad sea dicha. Pero dejémonos de paradojas irresolubles: ni sé nada, ni sé que no sé nada, ni mierdas intrincadas. Simplemente, no sé lo que puedo saber o dejar de saber. Y no creo que ningún filósofo, científico o religioso listillo lo sepa.

Pero, yendo aún más allá en la osadía impretendida de Descartes, diré que aunque piense, eso no me garantiza que exista. No veo la implicación por ninguna parte. Habría que definir qué es pensar, qué es entender o qué es elaborar un concepto abstracto mediante el uso de la razón. Lo que nos lleva al principio del escrito. No creo que sea un concepto sencillo. De hecho, no creo que exista una definición absoluta de lo que significa pensar y ser conscientes sobre algo. No creo en la razón y tampoco en la existencia, como algo demostrable de forma irrefutable. Como la mayoría de mis creencias, todo se sustenta en mero utilitarismo, en qué nos es útil para seguir adelante o qué nos lastra y nos hunde más en la miseria.
No creo que creer que el ser humano está por encima de todo tenga que ser útil para nuestras vidas. Es cierto que en muchos casos es así. Fervientes creyentes, incluso agnósticos y ateos, así lo atestiguan. Necesitamos creernos alguien, no como individuo, sino como ser humano: como especie, como milagro de la creación, o de la ciencia, o de unos extraterrestres de los que descendemos. No es mi caso.

El ser humano es, en esencia, similar a un animal, a una planta, a una roca o a un río. Al aire que respiramos y al hidrógeno convirtiéndose en helio del sol que nos ilumina. Materia y energía. Puede que también alma y espíritu -  no le quitaré la ilusión al que la tenga – pero en ese caso también la roca, la planta o el helio tienen alma y espíritu. Considero completamente falaz tratar de explicar a la existencia y más aún al ser humano en concreto, como si éste tuviera algo de particular (aparte de ser el que lo trata de explicar), por medio de teorías científicas, religiosas, filosóficas o místicas. Creo que las cosas son como son, y que en nuestras cortas vidas vamos tomando lo que nos empuja hacia delante (o a veces lo que nos echa para atrás, con más frecuencia de la que seguramente desearíamos). A mí no me hace falta considerar al hombre distinto de una roca para sentirme impulsado hacia adelante. Más aún, me siento más impulsado no estableciendo diferencia esencial alguna.

Porque nuestras creencias se adaptan a nuestras necesidades. Y cuanto más básicas sean éstas, con mayor fuerza surgirán sus creencias asociadas. Los miedos por el contrario nos alejan de ciertas ideas. 

Por tanto, creo que el infinito tiene la misma categoría existencial que el entendimiento que nos trata de acercar a él. Francamente, el infinito es tan difícil de entender para mí como el amor, la guerra entre pueblos, las peleas entre hermanos, el cáncer, la amistad, el odio, la felicidad, el placer o la muerte. Es tan difícil de entender como el propio entendimiento.

Tan difícil, o tan fácil.

Tanto puede ser que la razón, en la que muchos creen firmemente como algo intrínseco y exclusivo del ser humano,trate devanadamente de acercarse a comprender la oscura e incomprensible idea de infinito, como que el infinito, ese infame desconocido al que tantos miran con recelo, esté realmente ahí fuera, divirtiéndose, jugando al tobogán e hinchándose de hamburguesas en el Burger, y que sea él a través del cual nos podamos acercar a la idea de consciencia o raciocinio.

Intentaré acabar con un par de frases en las que trato de agrupar toda esta confusión.

“No creo que metafísicamente hablando sepamos nada, más allá de los asuntos cotidianos que nos impulsan hacia adelante (facturas de la luz, juegos en el parque, intrincadas fórmulas de la aspirina, cómo conquistar a una mujer...), si es que éstos pueden llamarse metafísicos.”

“Somos balas disparadas por un arma, y sólo percibimos el enorme impacto del viento de frontal. El infinito es el espacio que nos rodea (incluyendo el arma y el objetivo de la bala). El entendimiento es la propia trayectoria de la bala. “Entender el infinito” es pedirle a la bala que se ocupe de su trayectoria y, lo que es peor, que se preocupe de quién la disparó y de dónde va a impactar. Es, sencillamente, absurdo”.