viernes, 17 de mayo de 2013

Dolor


     Te clavas en mis entrañas, me hieres, me haces daño. La sangre mana a borbotones por mi piel. Creo que desfallezco, estoy a punto de morir... pero no, tú, libélula asesina, me curas, me sanas, me haces volver a sentir mejor que nunca... para después volverte a clavar en mí.

     Me desgarras por dentro, y yo, indefenso iluso, sucumbo al dolor, sucumbo y caigo. Me tienes en tus garras, entre ellas juegas conmigo, me acaricias y me arañas; me arrullas y me espantas. Eres mala por naturaleza, lo sé, pero es que a mí me programaron para ver solo tu bondad; tu sonrisa de malévola es para mí una bendición. Pero entonces me doy cuenta, siempre demasiado tarde, cuando ya tengo tus uñas clavadas en mi pecho, cuando ya comienzan a brotar de mis ojos, las primeras lágrimas del dolor.

     El dolor que me causas es lento; una hemorragia que se va extendiendo poco a poco, que no cesa nunca, que no se está quieto. A veces se me seca la boca, justo cuando iba a decirte algo. Será el veneno que me metes, pienso. Y por eso lo sufro en silencio.







Verano 2007

jueves, 16 de mayo de 2013

Caía un aguacero


Caía un aguacero,
Aquella tarde en que tú y yo volvimos a vernos,
Caía un aguacero,
En aquella tarde, nocturna, de invierno.

Te miré, y entonces me di cuenta,
De que te faltaba la vida para ser feliz,
De que te faltaba la felicidad para estar viva.
Lo supe, lo vi en tus ojos: (por mí) estabas perdida.

Salía ya el sol, se ponía,
Pasaban los meses, las horas, los días,
Pasaba la muerte; pasaba la vida,
La escarcha y el hielo, allá se fundían
Y las gotas caían, los gatos gemían,
Desde tu balcón los pobres perdían,
Seis de sus siete vidas.

Los años trocaban en siglos,
Los siglos, en instantes hastíos,
Jugando pasaban los niños,
Se tiraban pelotas y discos...
Hablaban, chillaban, gritaban, se juraban cariño,
¡Qué hermosa infancia ignorante,
Destas desdichas sombrías!

Mas no finjas, amor mío, no finjas,
Que tú y yo bien sabemos, los dos,
Que te perdías por mí, que ¡aún! te pierdes,
Que nada han cambiado los cielos,
Que sigue lloviendo lo mismo,
Que aquellos amores viejos
No cambian, ¡esto yo te confío!

Las nieves, ¿dónde están?
Aquellas que me helaban las palabras
Han desaparecido, y en su lugar ha nacido
El fuego caluroso, ¡el calor fogoso!
La cara me abrasa, ¡el alma me aviva!
Pero mira hacia arriba, preciosa:
La lluvia no cesa, sea invierno o estío,
Haga calor o frío.

Cae un aguacero,
En este día presente y sincero,
Cae un aguacero,
Pero ahora sé que puedo decirte: ¡te quiero!

Poesía. Estructura propia. Primavera 2006.

Los cuatro lados curvos que tú cuadras


Los cuatro lados curvos que tú cuadras
deste curvo cuadrado que es mi vida,
así, se halla en mi pecho escondida:
aquesta pasión que tú taladras.

Mas habla tú serena, ¿por qué ladras?
y dime la verdad: ¿estás perdida?
Porque esa manzana era la prohibida.
Tú, la más carnosa, ahora te desmadras.

Y tendré que penar en el infierno
a causa deste error que provocaste
por parecer madura, y yo tan tierno.

De ese árbol, ¡ví manzanas! me tentaste.
Algunas maduraban en invierno,
pero tú, tú mi amor, te adelantaste.

Poesía. Soneto Barroco. Primavera 2006.

Las brumas crecen


Las brumas crecen. Las brumas crecen a mí alrededor, y me siento cada vez más pesado. Dudo que mi cuerpo pueda soportar mi peso. No distingo siquiera ya los danzarines cabellos que, hasta hace muy poco, atisbaba ondulando y entrelazándose unos con otros. ¡Dios mío!, pienso aterrado por unos momentos. ¿Será que ya no están? ¿Será que han decidido irse las dulces princesitas que antes me acompañaban, aunque fuera en la triste lejanía? ¡Qué más da!, me rebato casi de inmediato. En definitiva, no puedo verlas. Que estén ahí o hayan decidido hacer mutis, es lo de menos. Se esfumó el deleite de su contemplación. Hace unos instantes, al menos, entre nieblas, podía entrever algo de lo que hacía poco más de tiempo distinguía nítidamente. Pero ahora nada. Bueno sí, nieblas grisáceas, color humo chimenea, subiendo y bajando, describiendo espiralitas, burlándose de mis ojos, pasan y pasan; impávido yo.



Miedo


Te quiero sobre la arena. Frase tonta; verso hermoso. Palabras efímeras escritas en la fina sílice de la playa.

Efímeras. ¡Dios mío, digo efímeras! Tal es mi temor ante la osadía de las olas. Vienen, y se van, vienen, y se van; la gran parte de ellas, la grandísima mayoría de todas ellas no osaría llegar tan lejos. No te rozarían. No a ti. No. Pero hay olas maquiavélicas, hay olas despiadadas, olas malvadas, olas destructoras, olas demoníacas, que harían todo lo posible por tocarte. ¡Qué digo por tocarte, intentarían remover tu nombre! Tratarían de anegarlo todo, inundarlo, masacrarlo con sus feroces dientes, con su atroz mandíbula, con su imponente cresta, rebosante de blanca espuma. Tratarían de hacer desaparecer para siempre esa inscripción eterna, ese mensaje sinfín, ese imperecedero Te quiero en la arena de la playa. Lo sé. Y, precisamente por ser consciente de ello, temo. Temo enormemente por tus letras, temo por tu nombre, temo por ti. Y mi temor me hace dudar, y me hace  pronunciar la palabra efímero. Mi miedo torna la pura bondad, la pura pureza, la más pura de las bellezas, en arena. Arena sin más, sin te quiero, sin tu nombre, sin tu cuerpo. Y sufro, sufro en mi duda, me deshago por dentro y por fuera, me desmorono, como si estuviera hecho de papel y la ola me cubriera por completo.

Miedo. Miedo a perderte, a no tenerte, miedo en mí mismo, dentro de mí, fuera de mí. Tengo mucho miedo. Miedo a que una ola se lleve el te quiero, a no volverlo a ver, a que te borre, que se lo lleve todo consigo. Miedo a que solo quede arena, a solo ver arena, arena sin nombre, sin patria, sin ti, sin nada.

¡Dónde escribí tu nombre! ¡Dónde escribí tu cuerpo! ¡Dónde escribí te quiero! No puedo encontrarlo, se ha perdido para siempre. El océano se lo ha llevado, traicionero. Me ha engañado, me ha ultrajado, me juró amistad eterna, pero no controló sus impulsos, y uno de ellos, muy hambriento de terror y de nostalgia, ¡se lo ha llevado todo! Todo, ¿acaso qué ha quedado? Amarga risotada. ¡Arena, maldita sea! Esto es peor que un maldito desierto, ¡arena!

¿Miedo? Tu nombre sigue escrito. ¡Tengo miedo! Pero ahora lo percibo claramente, la marea está bajando, tu nombre permanece, junto a él, pone Te quiero. ¿Será esto un oasis, en el maldito desierto? Estamos en la playa, pero las olas no te alcanzan, estás a salvo. Cada vez llegan a menos, la mar va decayendo en sus amagos de acercarse. Ahora puedo aprovechar para levantarte la mayor muralla que se ha levantado nunca, una muralla impenetrable que llega desde la arena de la playa hasta el mismísimo cielo. Lo toca nítidamente en sus alturas. Ya pueden juntarse los cinco océanos contra ti, que no te alcanzarán; que vengan cientos de mares, si quieren, a ayudarlos, pero nunca lo conseguirán. Los malvados no llegan al cielo. Y las aguas están siendo muy malvadas contigo. Mi presa asciende hasta arriba del todo, donde termina el mundo, hasta el tope, hasta el cielo. Ahí no llegarán, no rebasará ni una gota, ni siquiera la humedad.

Descalzos. Tus pies están descalzos, mientras penetras en la playita. Se entierran profundos en las arenas, se pierden de vista. Vuelven a aparecer, emergiendo de las profundidades de la tierra. Tus piececitos avanzan. Mi mirada los vigila atentamente, cual bandidos en la noche. El sol es intenso. El miedo vuelve a apoderarse de mí, cunado intento elevar los ojos. He de verte, toda tú. Y tengo miedo. ¡Al carajo el miedo! Tu nombre está a salvo, te quiero está a salvo, ¡y tú y yo estaremos a salvo! Elevo la cabeza, poco a poco, lentamente.

Pueden haber pasado varias horas, algunos días, o incluso meses enteros, pero mi vista ha llegado por fin a distinguir el final: tus castaños cabellos con mechas rubias, mitad naturales, mitad coloreadas. Te he visto entera. Ahora es cuando realmente comprendo: te adoro. Y no pienses ni por lo más remoto que ha sido la visión de tu cuerpo, destellando vivazmente ante tu orgulloso sol (y digo tuyo, sí, porque tú lo has conquistado, en cuanto te ha visto, y ya solo brillará así para ti), la única que me ha hecho caer en la cuenta de la verdad. Desgraciadamente, no puedo expresarte con palabras cuál ha sido realmente el detonante, porque lo desconozco. Tampoco quiero saberlo todo. No lo deseo. Afortunadamente, sé que lo sabes. Sé que sabes que hay un algo más. Algo más allá de tu cabello, de tu sonrisa, de tus labios, de tu boca, de tus dientes, de tu cuello, de tus pechos, de tus piernas, de tus piececitos. Además, sé que algún día me lo dirás.

Quieres ver el mar.