sábado, 23 de febrero de 2013

viernes, 22 de febrero de 2013

Un buen drama


Todo drama merece una explicación. ¿La merece? Multitud de frases en un libro, seguidas de punto y seguido. Tras una buena hilera, llegamos a la que cierra con punto y aparte. Otro párrafo. No importa, porque ya viene otro detrás empujando, con nuevas frases, seguidas de punto y seguido. De nuevo un punto y aparte. La sucesión no parece tener fin. Punto y seguido, punto y seguido, punto y seguido, punto y aparte, punto y seguido, punto y seguido... Pero de pronto, súbitamente, sin previo aviso, la frase más inocente de todas tiene un punto y aparte muy especial: no hay más párrafos en la página, tan sólo blanco, blanco, blanco... fin del capítulo. Pero no hay de qué preocuparse: en la siguiente página nos espera un hermanito: iniciándose con un número, con un título, con ambos o con ninguno se abalanza rápidamente el siguiente capítulo de la historia. Y vuelta a empezar: punto y seguido, punto y seguido, punto y seguido, punto y aparte, punto y seguido, punto y seguido... Pero no estaremos contentos con dos tristes hermanitos dados de la mano; qué va, tendremos al menos una decena, un par de docenas o qué se yo. En cualquier caso, una buena familia numerosa. Una familia numerosísima diría yo, con los tiempos que corren. Y todo para buscar una buena explicación al drama.

Por supuesto, en los entresijos de toda esta singular fauna contaremos con multitud de especies minoritarias, de lo más variopintas y, a veces, hasta exóticas: puntos suspensivos, puntos y coma, dos puntos, comas por doquier, incluso podremos encontrarnos con alguna vocal con diéresis (sí, esos dos puntitos que lleva a cuestas, la pobre, sin saber muy bien por qué, pero que se ve obligada a acarrear por la eternidad), aunque estas ya son rara avis. Tendremos todo tipo de vocablos, con los que estaremos más o menos familiarizados, dependiendo de la selva de la que procedamos. Lo que para unos son bestias para otros serán animales domésticos. En cualquier caso, todas estas especies, desde la más común coma hasta palabras con las cinco vocales o con cinco “íes” repetidas en su gentil cuerpo (porque qué drama que se precie no anhelaría contar en su elenco con una sugerente: “Y entonces la sorprendió con aquella orquídea que tanto había soñado, algo que se antojaba casi mágico en aquellos momentos tan dificílisimos de sus vidas”), constituirán una gran fauna, dispuestas en ordenado zoológico y adiestradas por los omnipresentes y siempre diligentes puntos y seguido y puntos y aparte, que hacen las veces de domadores del zoo. Ninguna se escapa, ni tan siquiera osa revolverse contra el “orden” establecido; apenas cabría preguntarse si siquiera tienen voluntad propia, o al cabo son entes abocados a dejar su huella en un papel, quedando su esencia para siempre atrapada sobre el mismo, y de donde ya no levantarán vuelo ni un solo milímetro. Alguien podría aquí protestar y acordarse de los cada vez más populares y extendidos libros electrónicos. Parecen flexibles, livianos y mutables, pero no os engañéis, es sólo apariencia. Porque, la verdad sea dicha, a ojos del lector que es lo que importa, el zoológico está tan quietecito como en el caso de un buen tocho de los de toda la vida. El hecho de que hagamos borrón y cuenta nueva de la pantalla cada medio minuto, no cambia el fondo de la cuestión. Es como desplazarnos de la jaula de los leones a la de los monos, o visitar un zoológico y luego otro distinto, pero todo en el mismo lugar. Al final esto nos lleva incluso a una situación más dramática: el volumen de populacho atrapado en una cuadrícula de cuarenta por veinte es inmensamente mayor. Podemos tener cien, o mil, o diez mil explicaciones al drama en lugar de solamente una. No parece que desaparezcan nuestras frases, nuestros puntos y seguido, nuestros puntos y aparte, todos en sinfonía que se abalanza siempre hacia delante, tratando de hilvanar la explicación. Simplemente están atrapadas en circuitos electrónicos, en lugar de en papel. Pero el zoo lleno de jaulas sigue presente.

Si de lo que hablamos es de una película, un filme de esos imponentes en el que se resuelven plantearnos un drama de los que hacen historia, todo es mucho más gráfico, mucho más directo, mucho más visual. Desaparece la fauna para dar paso a una flora de lo más variopinta; tanto es así, que para un profano en la materia es imposible dar tantos nombres y referencias. Por un lado tenemos a los imprescindibles actores y actrices, muchas veces con toda su familia de ayudantes, personal de apoyo y demás comparsas. Por otro lado está el director general de la orquesta, los directores de cada grupo de instrumentos: de producción, de efectos especiales, de maquillaje, de vestuario, de fotografía, de doblaje... Cada uno de estos directores tiene a su vez su pequeña parcela llena de su flora particular: innumerables trabajadores que aportan su granito de arena a la gran obra. Al final todo constituye un inmenso jardín, que va evolucionando con los días, las semanas, los meses, y a veces hasta los años. Una fina película filmográfica al final inmortaliza todo el espectáculo, en la forma mucho más movido y ajetreado que un libro, en el fondo similar: infinidad de personal, de artefactos y, cómo no, de monedas y billetes contantes y sonantes interpretan el teatro más conseguido de todos los tiempos. Quieren ser “creíbles”, y tratan de simular la realidad lo mejor que pueden: un jardín de variables dimensiones paralizado en un movimiento de hora y media de duración. Quizá dos horas. Quizá tres.

¿Y todo esto para qué? Para darle la explicación merecida a nuestro drama. ¿Merecida? Normalmente la estructura consiste en una introducción donde se explica la horrible crudeza del drama, la cruda realidad, la cruel situación que se da. Un desarrollo o nudo que permite que toda la flora y la fauna anteriormente descritas se desesperen en cumplir con lo que es su verdadera y única razón de ser: explicar por qué ese drama, justificar su presencia, su causa, su motor. Para terminar, un desenlace o fin simplemente nos despide, nos dice adiós y hasta siempre, “esperamos que hayas disfrutado de la explicación”. Porque de entre todos los puntos y aparte tan especiales tras los cuales la página queda en blanco, pero no hay de qué preocuparse porque en la siguiente otro hermanito de la familia nos saluda, hay uno especialmente especial. Aquel que cuando aparece sí que hay de qué preocuparse porque no hay más hermanitos esperando a la vuelta de la esquina. Nos hemos quedado huérfanos, sin más familia. Claro que para entonces, ¡oh sorpresa!, tampoco habrá de qué preocuparse, porque todo habrá sido estudiado durante años de salvaje adiestramiento para que haya quedado tan atado, tan trillado y tan explicado que no haya problema alguno, porque ya podemos sobrevivir sin la familia. “Adiós zoo, hasta siempre, espero que hayas disfrutado de mi visita”. Y fin de la historia. Ya visitaremos otro zoo. O quizá esta vez un buen jardín. Con las mejores rosas y las mejores orquídeas. Sí, quizá esta vez mejor pasearemos durante hora y media por un bonito y frenético paralizado jardín en movimiento. O quizá dos horas.  O quizá tres.

Veremos actores y actrices, fundiremos a negro... pero no pasa nada, porque a la vuelta de la esquina ya vienen más actores y más actrices, flores mecidas al viento deseosas de ser escuchadas... o sólo admiradas, en caso de que sean mudas. Que también las hay. Y volveremos a fundir a negro... y más actores y más actrices; pero no olvidemos todo lo que hay detrás y no vemos. Parcelas del jardín veladas a nuestra vista: encargados de los trajes (que sí vemos), de la iluminación (que nos permite ver, salvo en los fundidos a negro), de los efectos, que tan atractivos nos resultan... de nuevo, en el último fundido a negro, en el que desfilan silenciosas con estruendosa ambientación esas letritas de “The End” todo está atado y preparado: el gran jardín que es la película no necesita más agua porque ya es inmortal. Sus imparables noventa minutos yacen inmóviles en una cinta, en un microchip de ordenador, o en un 8 mm. O quizá sean ciento veinte minutos. O quizá ciento ochenta.

Todo ha sido explicado. El drama tiene sentido. Porque no hay drama sin sentido. ¿Lo hay acaso?

Porque todo drama merece una explicación. ¿La merece?







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“Nuria no miraba hacia abajo, por miedo a no soportar el miedo. Sólo podía mirar al frente. Sabía que era su única posibilidad de conseguir hacer lo que se había propuesto hacer. La gravedad, el vacío de diez pisos y el duro asfalto de la lejana calle harían el resto. Sólo la quedaba dar un pequeño saltito hacia delante.”












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jueves, 21 de febrero de 2013

Escribir por escribir


Luchar. Perder, ganar, morir, nacer, renacer... aluvión de palabras que despuntan por mi documento en blanco de Word... mi teclado echa humo... Me apetecía escribir.

Pero empiezo... quiero desembarazarme de esos puntos suspensivos, esos puntos tan molestos que sugieren cualquier cosa y nada a la vez. Se nota el desentreno, se nota el sin saber, la carencia, la duda, la zozobra... aquí vuelven los malditos, como recordándome: ¡no!, no vas a pasar a la acción, te vas a pasar reflexionando y albergando dudas acerca de todo durante el resto de tus días... me atrapan, me esclavizan, me encadenan y no me dejan expresarme con libertad, directo y conciso como a mí realmente me gusta. Pero lucharé contra su poder. Lo prometo. Una vez más compruebo que el sinsabor, sabor agrio de cada día, o amargo, o cualquier sabor que no te agrade, impulsa el torrente de la inspiración, de la motivación al escribir más que cualquier otra fuerza motriz. Igual que las orondas aspas de un imponente molino, que no se detiene ante nimiedades adversas, mi cerebro, centro motor de mi vida, se alía en poderosa coalición con mis manos para dar forma a algo, aunque sea una mierda... por algo hay que empezar, y cosas por decir no me faltan, eso desde luego.

He cometido muchos errores en mi ¿corta? vida, y simplemente como un error más puede considerarse el tenerle miedo a la escritura, al escribir cuanto quiera. Para ser justos, he de decir que la mayor parte de esos errores también han estado asociados a sus respectivos temores hacia algo o alguien. Tantos “algos” y “alguienes” que inspiran miedo hacia un servidor... que han inspirado alguna vez en su ¿corta? vida. Pero llega un momento en la vida de toda persona en el que alguno de esos miedos es “superado”, es decir, se deja de tener miedo a eso a lo que antes se le tenía. Y en lugar de tenerle miedo a 500 cosas diferentes, se lo pasas a tener a 499. También puede ocurrir que algo que antes no te inspiraba temor pase en un momento dado a inspirártelo, y entonces nos quedamos con los 500 temores del inicio. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que las cosas cambian. A veces cambian tanto que vuelven al punto de partida, como si nada jamás hubiera pasado. Otras veces, según el humor con el que nos levantemos por la mañana, podemos permutar entre tres o cuatro arquetipos de personalidad, más o menos parecidos o más o menos diferentes. Es como si cada día nos despertáramos con un traje distinto: en función de ese traje pensaremos, actuaremos, e incluso nos pasarán cosas distintas. En lo que concierne a mi afición a escribir, no escapa en absoluto a los tópicos que acabo de describir. Este blog es el mejor ejemplo. Semanas de publicaciones más o menos asiduas... meses de interruptus totalus, años de inconmensurable ausencia... pero celebro este ejemplo, porque nos permite ver los diferentes estadios por los que puede pasar una persona, como soy yo, en el curso de los años de su vida, en lo concerniente únicamente a la actividad escritora.

Para ser francos, yo empecé a escribir alguna cosilla mucho antes de que este blog viera la luz, allá años de la secundaria obligatoria... en su mayoría mini-relatos cortos y alguna que otra poesía, de las que me sentía tan orgulloso, todo hay que decirlo. Siempre he albergado la duda de si sería mejor escribir para mí mismo o para que me leyera el resto del mundo. Ahora estoy convencido de que quiero que me lean. Evidentemente el hecho de escribir me apasiona y, si no fuera por tantos factores como a veces veo en su contra, pasaría mucho tiempo haciéndolo. Pero bueno, al fin y al cabo, si nada tuviera innumerables factores en su contra, la vida sería más que el auténtico paraíso, y no sé si eso sería bueno... El caso es que es una actividad por la que siempre he sentido cierta tendencia – no diré ya admiración - una vez pasados los primeros años de mi infancia en los que aborrecía realmente escribir (tampoco me gustaba el arroz con tomate, por ejemplo, y me encantaba que quien hacía algo mal fuera torturado y mancillado en justa venganza). Pero como iba diciendo, creo que lo que escribo lo escribo para que alguien lo lea, y cuando digo alguien quiero decir que cuanta más gente mejor. Creo que cada uno tenemos nuestra forma de llegar a los demás de una manera más o menos especial, y a mí la escritura siempre me ha parecido una manera maravillosa de llegar. Aún no estoy muy seguro de afirmar que sea mi manera de llegar a los demás, es decir, mi mejor manera, pues claro está que todos en un momento dado tenemos algo de todas esas maneras, igual que tenemos algo de “raros”, “esquizofrénicos” o “maniáticos” . Pero al final cuando una persona va forjando un cierto carácter o forma de ser con el paso de los años, siempre tendrá un campo que le atraiga más, otro que se “le dé” peor, etc. Mi caso no es diferente, pero descubrir y darme cuenta realmente de si esto es lo mío o no, es algo que aún no estoy preparado para juzgar. Lo que sí está claro, volviendo al tema de los errores, es que hasta ahora he tenido una visión un tanto “extravagante” de lo que significaba escribir, al igual que la tenía de lo que significaba leer. Me explicaré algo más en detalle:

Desde esta época en la secundaria en la que empecé a desmarcarme un tanto en el tema de la escritura, e hice ciertos intentos por aumentar mi dosis lectora (ambas actividades creo que van bastante unidas, al menos en mi vida), siempre lo enfocaba desde un punto de vista asfixiante para mí mismo. Agobiante, estricto, racional, inagotable, obsesivo, hasta manipulador. Sin duda, pernicioso a más no poder. Algo que, en realidad, debería ser todo lo contrario. Cójase cada palabra de la lista anterior, búsquese su antónimo y ahí andará más o menos la definición, o las cualidades al menos, del acto de leer o del acto de escribir una historia. Yo no los voy a buscar. Seguro que en el pasado habría usado el suculento botón derecho del ratón, buscar sinónimos, ¿cuál dejo? ¡NO! Ese no era el camino, no lo era en absoluto, pero ha hecho falta el paso de los años para ir dándome cuenta, aceptarlo, y en un momento que aún no ha llegado, hacerlo mío.
A ver, es innegable que escribir requiere de técnica. No estoy negando la técnica. La mayoría de literatos o escritores con mínimamente algo de fama han estudiado una carrera relacionada, o cursos intensivos, o talleres, o qué se yo. Los famosillos si no tienen mucha idea de escribir, les escribe los libros una persona de dichas características. Es cierto. Pero creo que la técnica es sólo una parte del arte de la escritura, y aún no sé cuánto porcentaje supondrá. Y dudo que alguien o algún estudio por ahí lo sepa. Hay muchos otros factores y cualidades humanas que influyen en el arte de escribir. Una buena predisposición, gusto, pasión, buena aptitud por el lenguaje y la gramática, leer cuanto más mejor, y sobre todo una sensibilidad extrema para captar esos matices de la vida que a la mayoría se les escapa. Esa especie de sexto sentido, que muchos tienen pero que cada uno focaliza en una cosa diferente. Llamadlo alma, espíritu, imaginación, magia, locura o inspiración. En cualquier caso, en ningún caso es razón, pensamiento, argumentación sobre nada. Aunque una buena dosis de razón tampoco es negativa para esto, creo yo, siempre y cuando esté combinada con las anteriores cualidades.

Quizá por encima de todo esto se halle la “cualidad” más importante de todas, y es la necesidad. La necesidad de escribir, y no económica precisamente. Una necesidad existencial, una especie de adicción, que comparte casi la totalidad de la humanidad, pero enfocada a diferentes objetos, o incluso personas: el sexo, el tabaco, la comida, la lectura, los videojuegos, la tecnología por tecnología, el cine, la música, ya sea escuchándola o componiéndola, el flirteo sin más... la necesidad nos lleva constantemente a repetir determinados hábitos, haciéndolos nuestros y convirtiéndolos en nuestros hobbies, abanderando su causa, constituyendo nuestras cartas de juego en esta partida que es la vida. Sinceramente no sé si es mi caso o no. No sé si cuento con esa necesidad de verdad, a largo plazo y de manera habitual. Porque hasta ahora mi relación con el cincel de las palabras ha sido irregular, intermitente, con pequeñas ráfagas impetuosas y enormes periodos de quietud total. Pero una cosa tengo clara, un error del pasado ya limado, o al menos muy desgastado: el arte de escribir, al igual que la lectura de libros molones como afición, no consiste en imposición, en corrección, en imperturbable juicio constante. Consiste en disfrutar en todo momento, aprovecharlo al máximo, como se dice de tantas otras cosas en la vida. Leer un buen libro para ti o ponerte a escribir unas líneas debe ser un acto de disfrute como tantos otros lo son para la juventud (o para la vejez, o incluso para un niño). Un acto de carpe diem. Yo no puedo disfrutar con algo que me recuerda al estudio, a aprenderme algo porque me lo van a preguntar en un examen porque tengo que aprobar porque tengo que sacar una carrera porque es muy bueno hoy en día porque queda muy bonito... No puedo disfrutar analizando la corrección en cada frase, las preciosuras, los adornos, la coherencia, la cohesión... todas esas cosas que nos enseñaron en el colegio como el bien verdadero. Pues bien, creo que el arte también es sentir con el corazón y no pensar con la cabeza, porque la cabeza muchas veces encarcela al corazón, quedándose las mejores palabras en el tintero.

Volveré a repetirlo, porque es lo suficientemente importante como para hacerlo. El arte también es sentir con el corazón y no pensar con la cabeza, porque la cabeza muchas veces encarcela al corazón, quedándose las mejores palabras en el tintero.

Me propongo sentir más con el corazón, y pensar menos con la cabeza.

Además, existe otro hecho innegable: la práctica es fundamental en toda actividad humana. La repetición, el acostumbramiento, el aprendizaje de maneras. Y para practicar es muy importante soltarse. Jamás podría escribir estas líneas, en poco tiempo además, si no fuera por el dejarse llevar, por el dejarse de ataduras y simplemente seguir adelante, un poco mejor o un poco peor, mucho mejor o mucho peor. Porque, al fin y al cabo, ya se mejorará con el tiempo. Pero, si dejo pasar otros dos años hasta la próxima vez que hinque el dedo a la tecla, difícilmente conseguiré mejorar, coger práctica, y menos aún hábito de contar de vez en cuando unas palabras.

No he hablado al citar mi ¿breve? pasado de mis fútiles intentos de escribir un diario. ¿Cuántas personas no han intentado de pequeños, o no tan pequeños, llevar un diario personal? Pero es una tarea ardua y complicada de hacer efectiva, como semillas que se pierden o se lleva el viento, o simplemente se pudren bajo tierra antes de dar su fruto. Para mí ha sido tarea imposible, y no precisamente porque no lo viera una idea la mar de atractiva... Llevar un blog se me antoja igualmente una tarea ardua, más aún cuanto más le exijas a éste. Pero si no le pides peras al olmo, y te limitas a una pequeña parcela, creo que pueden salir cosas mínimamente interesantes de ello.

Y para terminar, quería darte las gracias, Laura, porque sin conocerte ni saber nada de ti, parece que te conozco desde siempre... y sea como fuere, me has ayudado mucho a encontrar inspiración. ¡Me pasaré por tu blog siempre que “pueda”! Y también gracias a ti, peque91, por tu comentario y apoyo. Como he comentado antes, en un momento de mi vida decidí que escribía para ser leído, y saber que alguien me lee es muy reconfortante para mí. De momento esto no llega apenas a una decena de personas, y como retroalimentación sólo se pueden poner comentarios, que, como buena actividad escribana, sé que a la gente le cuesta poner tanto como a mí me cuesta escribir. Pero de verdad, supongo que sobre todo cuando se está empezando y cuesta tantísimo sacar mínimamente adelante una cosa de estas, se agradece muchísimo toda la realimentación y el apoyo posibles. Una muy buena idea sería que propusierais los temas sobre los que podría escribir. Por ejemplo, temas de actualidad, de opinión y de debate, o temas más atemporales sobre los que escribir relatos y contar historias.

Sería muy buena guía en el oscuro túnel de la inmensidad.