jueves, 16 de mayo de 2013

Miedo


Te quiero sobre la arena. Frase tonta; verso hermoso. Palabras efímeras escritas en la fina sílice de la playa.

Efímeras. ¡Dios mío, digo efímeras! Tal es mi temor ante la osadía de las olas. Vienen, y se van, vienen, y se van; la gran parte de ellas, la grandísima mayoría de todas ellas no osaría llegar tan lejos. No te rozarían. No a ti. No. Pero hay olas maquiavélicas, hay olas despiadadas, olas malvadas, olas destructoras, olas demoníacas, que harían todo lo posible por tocarte. ¡Qué digo por tocarte, intentarían remover tu nombre! Tratarían de anegarlo todo, inundarlo, masacrarlo con sus feroces dientes, con su atroz mandíbula, con su imponente cresta, rebosante de blanca espuma. Tratarían de hacer desaparecer para siempre esa inscripción eterna, ese mensaje sinfín, ese imperecedero Te quiero en la arena de la playa. Lo sé. Y, precisamente por ser consciente de ello, temo. Temo enormemente por tus letras, temo por tu nombre, temo por ti. Y mi temor me hace dudar, y me hace  pronunciar la palabra efímero. Mi miedo torna la pura bondad, la pura pureza, la más pura de las bellezas, en arena. Arena sin más, sin te quiero, sin tu nombre, sin tu cuerpo. Y sufro, sufro en mi duda, me deshago por dentro y por fuera, me desmorono, como si estuviera hecho de papel y la ola me cubriera por completo.

Miedo. Miedo a perderte, a no tenerte, miedo en mí mismo, dentro de mí, fuera de mí. Tengo mucho miedo. Miedo a que una ola se lleve el te quiero, a no volverlo a ver, a que te borre, que se lo lleve todo consigo. Miedo a que solo quede arena, a solo ver arena, arena sin nombre, sin patria, sin ti, sin nada.

¡Dónde escribí tu nombre! ¡Dónde escribí tu cuerpo! ¡Dónde escribí te quiero! No puedo encontrarlo, se ha perdido para siempre. El océano se lo ha llevado, traicionero. Me ha engañado, me ha ultrajado, me juró amistad eterna, pero no controló sus impulsos, y uno de ellos, muy hambriento de terror y de nostalgia, ¡se lo ha llevado todo! Todo, ¿acaso qué ha quedado? Amarga risotada. ¡Arena, maldita sea! Esto es peor que un maldito desierto, ¡arena!

¿Miedo? Tu nombre sigue escrito. ¡Tengo miedo! Pero ahora lo percibo claramente, la marea está bajando, tu nombre permanece, junto a él, pone Te quiero. ¿Será esto un oasis, en el maldito desierto? Estamos en la playa, pero las olas no te alcanzan, estás a salvo. Cada vez llegan a menos, la mar va decayendo en sus amagos de acercarse. Ahora puedo aprovechar para levantarte la mayor muralla que se ha levantado nunca, una muralla impenetrable que llega desde la arena de la playa hasta el mismísimo cielo. Lo toca nítidamente en sus alturas. Ya pueden juntarse los cinco océanos contra ti, que no te alcanzarán; que vengan cientos de mares, si quieren, a ayudarlos, pero nunca lo conseguirán. Los malvados no llegan al cielo. Y las aguas están siendo muy malvadas contigo. Mi presa asciende hasta arriba del todo, donde termina el mundo, hasta el tope, hasta el cielo. Ahí no llegarán, no rebasará ni una gota, ni siquiera la humedad.

Descalzos. Tus pies están descalzos, mientras penetras en la playita. Se entierran profundos en las arenas, se pierden de vista. Vuelven a aparecer, emergiendo de las profundidades de la tierra. Tus piececitos avanzan. Mi mirada los vigila atentamente, cual bandidos en la noche. El sol es intenso. El miedo vuelve a apoderarse de mí, cunado intento elevar los ojos. He de verte, toda tú. Y tengo miedo. ¡Al carajo el miedo! Tu nombre está a salvo, te quiero está a salvo, ¡y tú y yo estaremos a salvo! Elevo la cabeza, poco a poco, lentamente.

Pueden haber pasado varias horas, algunos días, o incluso meses enteros, pero mi vista ha llegado por fin a distinguir el final: tus castaños cabellos con mechas rubias, mitad naturales, mitad coloreadas. Te he visto entera. Ahora es cuando realmente comprendo: te adoro. Y no pienses ni por lo más remoto que ha sido la visión de tu cuerpo, destellando vivazmente ante tu orgulloso sol (y digo tuyo, sí, porque tú lo has conquistado, en cuanto te ha visto, y ya solo brillará así para ti), la única que me ha hecho caer en la cuenta de la verdad. Desgraciadamente, no puedo expresarte con palabras cuál ha sido realmente el detonante, porque lo desconozco. Tampoco quiero saberlo todo. No lo deseo. Afortunadamente, sé que lo sabes. Sé que sabes que hay un algo más. Algo más allá de tu cabello, de tu sonrisa, de tus labios, de tu boca, de tus dientes, de tu cuello, de tus pechos, de tus piernas, de tus piececitos. Además, sé que algún día me lo dirás.

Quieres ver el mar.

1 comentario:

  1. No ves lo que intento hacer por ti. Con el te quiero me llevaré de ti ese sufrimiento y miedo y dejaré limpia la playa para que puedas escribir otra vez lo que te quieras.

    Atentamente,
    El mar

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