Te clavas en mis entrañas, me hieres, me
haces daño. La sangre mana a borbotones por mi piel. Creo que desfallezco,
estoy a punto de morir... pero no, tú, libélula asesina, me curas, me sanas, me
haces volver a sentir mejor que nunca... para después volverte a clavar en mí.
Me desgarras por dentro, y yo, indefenso
iluso, sucumbo al dolor, sucumbo y caigo. Me tienes en tus garras, entre ellas
juegas conmigo, me acaricias y me arañas; me arrullas y me espantas. Eres mala
por naturaleza, lo sé, pero es que a mí me programaron para ver solo tu bondad;
tu sonrisa de malévola es para mí una bendición. Pero entonces me doy cuenta,
siempre demasiado tarde, cuando ya tengo tus uñas clavadas en mi pecho, cuando
ya comienzan a brotar de mis ojos, las primeras lágrimas del dolor.
El dolor que me causas es lento; una
hemorragia que se va extendiendo poco a poco, que no cesa nunca, que no se está
quieto. A veces se me seca la boca, justo cuando iba a decirte algo. Será el
veneno que me metes, pienso. Y por eso lo sufro en silencio.
Verano
2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario