viernes, 17 de mayo de 2013

Dolor


     Te clavas en mis entrañas, me hieres, me haces daño. La sangre mana a borbotones por mi piel. Creo que desfallezco, estoy a punto de morir... pero no, tú, libélula asesina, me curas, me sanas, me haces volver a sentir mejor que nunca... para después volverte a clavar en mí.

     Me desgarras por dentro, y yo, indefenso iluso, sucumbo al dolor, sucumbo y caigo. Me tienes en tus garras, entre ellas juegas conmigo, me acaricias y me arañas; me arrullas y me espantas. Eres mala por naturaleza, lo sé, pero es que a mí me programaron para ver solo tu bondad; tu sonrisa de malévola es para mí una bendición. Pero entonces me doy cuenta, siempre demasiado tarde, cuando ya tengo tus uñas clavadas en mi pecho, cuando ya comienzan a brotar de mis ojos, las primeras lágrimas del dolor.

     El dolor que me causas es lento; una hemorragia que se va extendiendo poco a poco, que no cesa nunca, que no se está quieto. A veces se me seca la boca, justo cuando iba a decirte algo. Será el veneno que me metes, pienso. Y por eso lo sufro en silencio.







Verano 2007

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